[Relato corto] La paciencia de Aldor Cortarbol

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De un salto desde la cama llegó a la ventana para comprobar si aquella chica seguía allí. Con un esputo y la manga de la camisa limpió cristal y vio que sí, que seguía fuera, a unos 20 pasos en la puerta de su cabaña. La espalda de Aldor crujió obligándolo a aferrarse a una viga para evitar hincar la rodilla, esa manera de despertar no era lo mejor para su cansado cuerpo.

“Idiota Cortarbol… Estas viejo.” - Gruñó y mordiéndose el labio para contener el dolor de espalda regresó a la cama deshecha. Se sentó y recuperando el resuello se sorprendió mirando el gran hacha llena de hollín que colgaba sobre la chimenea. Ella le hubiera dicho lo mismo.

Cuando el día abrió, Aldor salió de su casa, se ajustó la capa de borrego al cuello y aspiró a pleno pulmón el frío aire de la mañana. Comenzó a toser violentamente. Todo el valle lo escuchó rugir limpiándose las fosas nasales. Terminando de limpiarse la cara con un trapo se encaminó a otra dura jornada de trabajo como leñador. Cuando pasó junto a la chica la ignoró como si fuera uno de los palos de la cerca que rodeaba su casa. Aunque no pudo evitar sorprenderse al comprobar con el rabillo del ojo derecho que ya no era una chica, eran dos.

La intranquilidad lo acompañó durante todo el día, intentó olvidarse del asunto golpeando más fuerte los troncos seleccionados para ser talados por el Barón Rocanegra. Tan fuerte taló ese día que antes de mediodía ya había terminado con las órdenes del amo para esa jornada. Con la espalda dolorida y sin dudarlo un instante se dirigió a la taberna más barata del valle: El hacha vieja. Cuando llegó se ocultó en el rincón más oscuro y bebió tanto aguardiente como le permitió su bolsillo. Muy poco para su gusto. Le incomodaba la idea de volver a casa y tener que encontrarse con aquellas pobres desgraciadas. Cuando la noche ya era cerrada y comenzaba a nevar de nuevo decidió que era el momento de regresar.

Allí estaban, frente a la puerta de su cerca. Tres chicas y una anciana, con los labios morados. Ninguna de ellas osó levantar la vista para mirar a Aldor y él no demostró el más mínimo interés cuando pasó junto a ellas. Cerró la puerta de su casa dejándolas atrás y sintió su corazón latiendo violentamente.

- ¿Asustado? ¡Viejo endiablado!...- Se dijo en la oscuridad de su hogar.

- No les tienes miedo a ellas, le tienes miedo a tu deber.

El viejo se giró hacia la chimenea a la velocidad del relámpago. Y poco a poco retrocedió, hasta que tropezó con una banqueta. Cayó de espaldas, golpeó el orinal con la cabeza y perdió el conocimiento.

Un fuerte dolor de espalda lo despertó tirado en el suelo. Ya había amanecido. Se incorporó como pudo y cojeando llegó a la ventana de su cabaña. Eran más, muchas más. Desesperado, dolorido y cansado se dejó caer, con cuidado, en una vieja silla de madera, justo delante de la chimenea. Miró fijamente el hacha que presidía la chimenea.  Era grande, muy difícil de manejar para alguien sin la corpulencia adecuada, y estaba sucia. La hoja era doble y justo en el centro había un hueco circular vacío.

- Hablaste ayer… Ni bebí tanto, ni estoy tan viejo.

Cuando se cansó de esperar una respuesta dejó su asiento para buscar entre todo aquel caos algo con alcohol. Esa mañana no le importó en absoluto volver a beber aguardiente antes de la tarde. Fue la primera pero no la última promesa que Aldor rompería ese dia.

Cuando empezaba la tarde Aldor Cortarbol había terminado de talar los pinos centenarios de esa jornada. Recogió sus cosas y comenzó su descenso al valle en dirección a la única posada donde aún le concedían crédito.

- Disculpe aldeano.- Alguien a sus espaldas le reclamó su atención. Aldor, viejo y cansado pero aún robusto y alto como un roble se giró para encontrarse con Elías, un hombre de unos 50 veranos, espigado y tan delgado que amenazaba con quebrarse al bajar de la mula en la que se desplazaba.

- Yo no soy ningún aldeano, soy Aldor…-

- Si, si, ya sé la historia, no se moleste... aldeano. Vengo a comentarle un cambio que afectará a su salario de esta y futuras estaciones. A partir de ahora un tercio de lo que gentilmente le paga el Barón Rocanegra, será retenido en las arcas del fuerte en concepto de vasallaje, también como prestación por las tierras de cultivo que tiene en desuso al sur de su cabaña de la que no paga ningún tributo a su excelencia… - Mientras hablaba Aldor lo miraba, la sincronía entre el movimiento de su cabeza y los gestos lentos de sus manos atrapaban su atención.

- No. El barón se tendrá que contentar con lo que acordamos. No hay más que hablar.- Aldor comenzó de nuevo su marcha.

- ¿Cómo? ¿Desea volver a la disidencia? Le recuerdo que nada agradaría más al Barón que el verse en la obligación de volver a recordarle su posición. - Aldor paró en seco, sin volverse. Esas frases pertenecían a un cancioncilla que cantaban en el condado para reírse de Aldor - Su actitud me confirma que a los vándalos de su calaña se le deben recordar las leyes regularmente.

- Dile al montón de estiércol de tu barón que puede robarme ese tercio, pero que se olvide de una maldita vez de mis tierras.

- Llevas años sin pagarle el vasallaje por ellas así que esta en su derecho de reclamarlas.

- Llevo años trabajándole por la miseria que llama paga.

- Aldor ¿Qué insinúas? ¿No recuerdas la condena que aceptaste?

Aldor giró sobre sus talones y de dos zancadas se enfrentó cara a cara a Elías, lo aferró por los brazos acercándolo hasta que casi fueron uno y rugió: - ¡Todos los malditos días de mi vida!

- ¡Leñador! ¡Da un paso atrás!- Una voz ronca y dura ordenó a su derecha. Aldor vió a dos soldados montando flamantes corceles negros. Ambos portaban el blasón de Rocanegra.- Deja a Elías y sigue tu camino, viejo.

Aldor reconoció a Antón, combatió con su padre durante las revueltas, eran los buenos tiempos.

- Tu padre debe estar revolviéndose en su tumba. Lo sabes ¿Verdad?

- Marchate, viejo. No pienso repetirlo. - Y guiando al caballo se interpuso entre Aldor y Elías, que sudaba sobresaltado.

Aldor comenzó a retroceder precavido y cuando hubo una distancia prudencial retomó su camino dejándolos a su espada. Cuando estaba llegando a la posada comenzó a controlar la furia que lo consumía. Y fue después de la segunda copa de aguardiente cuando se percató de un detalle que le pasó inadvertido, el soldado que se quedó tras Antón cargaba con una chiquilla de pelo rubio y trenzado. Eso no era bueno, pero ya no le importaba. Juró por su honor que no volvería a importarle. Sacrificó al único ser que le había ayudado y comprendido para apoyar su juramento.

- Aldor, vuelven los malos tiempos. - Tristania, la anciana de la orden de Valion en el valle interrumpió sus pensamientos.

- Y a mi que me importa.

- Aldor Doblehoja… Eres el único capaz de impedirlo. - Ese nombre llevaba décadas sin pronunciarse. Aldor saltó sobre Tristania y agarrandola por los hábitos alzó a la anciana hasta quedar cara contra cara.- Fuiste capaz una vez, esta pobre gente... te necesita… - Susurró.

Aldor levantó la vista y vio como todos los parroquianos lo miraban con terror. Más de 20 campesinos, con los ojos sin vida, carentes de esperanza, víctimas miserables… como entonces.

- Para que me den la espalda cuando más los necesite ¡Qué los jodan! - dejó a la anciana en el suelo violentamente haciéndola perder el equilibrio. Aldor miró a los miserables aldeanos.- ¡Qué os jodan! Merecéis todo el mal que os habéis buscado.

- Sabes que tu deber… - Comenzó a decirle Tristania incorporándose ayudada por un labrador de avanzada edad y su hijo escuálido.

- Mi deber es ser un siervo y mi derecho es poder emborracharme para olvidarlo. - Protestó quedo sentándose en su rincón. Recuperó su copa del suelo, buscando en ella la última gota de alcohol que pudiera quedar dentro. No hubo suerte. La furia ganó. Estrelló la copa contra la mesa, ambas estallaron en mil pedazos. Cogió su piel de carnero y abandonó la posada. Podía sentir la mirada reprobatoria de Tristania en su espalda mientras se alejaba.


Cuatro figuras le esperaban en la entrada de su casa junto a la cerca desdentada. Era noche cerrada, nevaba. El frío podría acabar con la vida de un joven vigoroso esa noche a la intemperie, pero a ellas no les importaba, nunca les había importado. Se maldijo por no haber conseguido un refugio lo suficiente alejado y escondido. Necesitaba descansar, tranquilizarse, recuperar el control, quitarse el maldito dolor de espalda que lo estaba matando. Cuando pasaba junto a ellas paró sin mirarlas. Les hubiera dicho que se largaran de una maldita vez, que se fueran a descansar. Las hubiera amenazado. Las hubiera azotado… Pero sabía que no hubiera servido de nada. Decidió no hablar, cuando comenzó a andar hacia la puerta de la cerca no pudo evitar ver a la nueva figura que componía el grupo. Una inocente jovencita rubia, con trenzas. Aldor Doblehoja decidió que esto acabaría esa noche.

Aldor abrió la última botella de aguardiente. Se la bebió en tres tragos de pie, frente al hacha que presidía su chimenea. Lanzó el casco vació a sus espaldas, preparó un trapo con aceite, descolgó la desproporcionada hacha y comenzó a limpiarla.

- Sigues afilada.- Le hubiera encantado escuchar la réplica, la de siempre. No fue así. El hueco vacío entre las dos hojas del hacha era igual al que Aldor tenía en su alma. - Hoy te daré la venganza que te mereces.- El fuego en su interior no le permitía sentarse mientras preparaba el arma.

No cogió abrigo, ni los trozos de vieja armadura que aún conservaba, ya no quedaba nada que proteger. Cerró la puerta de la choza tras él y comenzó el camino del que no regresaría. No le importó lo más mínimo, ya nada importaba. Cuando pasó junto al grupo de mudas solicitantes habló:

- Ya lo habéis conseguido, podéis iros en paz.- De entre ellas se adelantó la jovencita de coletas doradas. De entre sus ropas rasgadas sacó una piedra más grande que sus manos juntas. Reacio, Aldor aceptó el ofrecimiento. Era la piedra alma.

- Está muerta. - Dijo, y sin importarle la engarzó llenando el vacío del hacha y se alejó. - … Como yo.

- Es una temeridad dejar de estar afilada teniéndote cerca, viejo. ¿A donde vamos?

- A descansar de una puta vez.


Autor: José Valverde
Corrección de texto y estilo: Juan Mª Mouliaá

José Valverde. Rolero #OSR adicto al #tecnorol. Dungeoneo a tope con Miguelako, mi hijo, siempre que sacamos un rato.

5 comentarios:

  1. Estupendo, me ha gustado mucho ;-)

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  2. Un relato interesante y ameno. Me ha gustado, un saludo.

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  3. Texto corregido por Juan Mª Mouliaa!

    También he modificado la ilustra pq todo el mundo se ha ido a prensar en un enano y no lo era XDXD

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